Domingo 19 de febrero. Como cada año, me siento delante del televisor para ver la gala de los Premios Goya, los galardones con los que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España distingue, desde 1987, a aquellos profesionales elegidos como los más destacados por los miembros de la Academia en cada una, hasta 29, de las categorías técnicas y creativas en las que se concede la distinción.
Se podrían pensar que, con 29 categorías, todas las facetas del cine encuentran su reconocimiento en estos premios, pero no es así. Año tras año un importante colectivo de profesionales ve limitado su reconocimiento a la inclusión de su foto y nombre en esos minutos que se dedican a recordar a los miembros de la gran familia del cine fallecidos en el último año. Me estoy refiriendo a los actores de doblaje.
En mi opinión, la historia del cine en España va de la mano del doblaje. Si bien hoy en día, gracias en buena medida al salto cultural del país, podríamos discutir sobre la conveniencia o no de su supresión, lo cierto es que sin doblaje el arraigo y la afición por este arte en nuestro país no sería la misma. ¿Quién habría ido a ver las grandes producciones americanas o las propuestas europeas, si casi nadie, salvo unos privilegiados, hubiera sido capaz de entender lo que decían los actores? El cine habría quedado reducido en su momento a un entretenimiento de minorías, lo que hubiera provocado, sin lugar a dudas, una menor popularidad e interés por este arte y, por descontado, una menor ayuda pública para el desarrollo del cine español, porque sin el gran público el cine no es nada.
El doblaje es una parte importante de la industria cinematográfica española, y goza de un altísimo nivel de calidad. El profesional del doblaje “reinterpreta” los personajes, que deben resultar igualde creíbles que los originales, incluso mas (¿Recuerdan al personake de Kathy Shelden, que presta su voz a Lina Lamont , estrella del cine mudo pero con una voz horrorosa para el cine sonoro en Cantando bajo la lluvia?). Y todo ello desde un austero estudio, sin más ayuda que la proyección de la imagen de la propia película a doblar para meterse en la piel del personaje y dotar su discurso de naturalidad. Y para conseguir todo eso no basta con ser un mero recitador de textos, sino que es imprescindible ser un magnífico profesional, un actor como la copa de un pino.
Y a pesar de ello, aunque el éxito de una película extranjera en España depende en buena parte de lo acertado de su doblaje, nadie se suele acordar de estos profesionales, que en muchas ocasiones ni siquiera aparecen en los títulos de crédito.
Precisamente en relación con esto último, no deja de ser triste que las ocasiones en las que sí aparecen se deba a que quien presta la voz es un famoso de turno para nada relacionado con el séptimo arte, e incluso ese dato se incluye en la propia promoción de la película. En cambio (y salvo excepciones tipo Romero-Eastwood o Langa-Willis) prácticamente nadie se acuerde de quien doblaba a James Stewart, a Cary Grant, a Katherine Hepburn, o a cualquier actor/actriz extranjero actual en el que Uds. puedan pensar. El actor de doblaje necesita morirse, como le ha pasado recientemente a Rogelio Hernández, para que el gran público se entere de quien narices era porque dan la noticia en los telediarios o para que la propia industria cinematográfica se acuerde de él mediante la proyección de su imagen en el recordatorio de la gala anual de los Goya: Nadie hablará de vosotros hasta que hayáis muerto, parafraseando el título de la película de Agustín Díaz Yañes
Creo que la Academia debería plantearse para la próxima edición de los Goya la inclusión de una vez por todas de una categoría específica que premie la labor de estos profesionales que también forman parte de la gran familia del cine; o la creación, como mal menor, de un premio específico, como el Alfonso Sánchez, que se otorga en reconocimiento a la labor de los medios y sus profesionales por divulgar y promocionar el cine español. Pero, de una forma u otra, debe ponerse fin a la oscuridad en la que permanece esta faceta de la profesión de actor, otorgándosele la importancia y reconocimiento que, como las demás, se merece.
Por mi parte, he enviado una carta en ese sentido a la Academia. Se la dejo aquí, por si a alguien le pudiera interesar.